La situación actual de depresión económica ha hecho saltar las alarmas en la mayoría de las empresas nacionales. Reducción de plantilla, bajada de los salarios, reformas legislativas… Lamentablemente, en nuestro entorno, estas palabras se van escuchando día tras día. Sin embargo, algunas compañías han adoptado una estrategia completamente diferente: salir al exterior, más allá de nuestras fronteras, internacionalizarse.
La creación e implantación de filiales en el extranjero no es ninguna receta mágica que vaya a producir beneficios de hoy para mañana. Es un proceso complejo, con varios riesgos que necesitan tenerse en cuenta:
- Un proceso de internacionalización requiere una inversión por parte de la empresa más o menos importante, en función del sector empresarial. Para una compañía en una situación crítica, este paso puede ser el golpe mortal para acabar de hundirla. Por lo tanto se recomienda hacer un estudio de viabilidad económica antes de iniciar el proyecto.
- La legislación de los países donde queremos expandirnos puede diferir bastante del modelo nacional, en temas como la fiscalidad, políticas gubernamentales, proteccionismo del comercio interior… Por este motivo es importante disponer de un servicio de consultoría de internacionalización para prever y adaptar estas posibles diferencias.
- Hay que evaluar cómo va a afectar este proceso al modelo de negocio de nuestra empresa. Dependiendo del país o países donde queramos aterrizar y de la naturaleza de la compañía, puede que se tengan que reestructurar las estrategias comercial y de negocio.
Una de las ventajas de la internacionalización es la diversificación del mercado. Este factor permite mantener el nivel de rentabilidad de la compañía (o al menos paliar el descenso) en caso de caída de un mercado concreto, como ocurre actualmente en el mercado interior español. Además, la adaptación a nuevos mercados normalmente conlleva la aplicación de políticas de innovación, una postura totalmente beneficiosa en tiempos de crisis.